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- One With You Team
- hace 6 días
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Actualizado: hace 6 días
Este es un homenaje a todas las formas de maternar.

Hubo un tiempo en que andar en bicicleta era peligroso para una mujer.
No porque pudiera caerse, sino porque subirse a una bicicleta era atreverse a moverse.
A finales del siglo XIX, se decía que las mujeres que pedalearan demasiado terminarían con “Bicycle Face”: una cara tensa, arrugada, indeseable.
Decían que moverse les quitaría belleza, calma, dulzura.
La verdad era otra: lo que temían no era la bicicleta. Era que las mujeres pudieran moverse solas, encontrarse, elegir su propio camino.
Porque tantas mujeres juntas, moviéndose, pensando, soñando, siempre ha sido poderoso.
Porque moverse es también cambiar. Y cambiar asusta.
Hoy no solo tenemos bicicletas.
Hoy viajamos en avión, en tren, en coche, en barco, a pie.
Hoy podemos movernos más lejos.
Hoy podemos movernos juntas.
Durante siglos, las mujeres viajaban solo acompañadas, protegidas, permitidas.
Pero algo cambió.
Cambió cuando las mujeres empezaron a caminar solas, a cruzar fronteras, a levantar la mano para decir: “yo también quiero ver el mundo.”
Y cambió aún más cuando las madres empezaron a viajar no solo por obligación, no solo por seguir, sino por elegir. Por regalarse ese viaje. Por regalarlo a sus hijas.
Viajar con la mujer que te crió —se llame mamá, abuela, tía, figura materna— es un acto de amor y de memoria.
Porque cuando viajamos juntas, viajan también todas las mujeres que vinieron antes.
Viajan las que no pudieron, las que soñaron, las que nunca cruzaron el mar.
Viajan las que tejieron el mapa con historias, las que construyeron el camino aunque no lo recorrieron.
Somos una de las primeras generaciones en las que madres e hijas pueden viajar así: como compañeras, como cómplices, como iguales.
No porque alguien lo permitió, sino porque lo decidimos.
Porque podemos.
Porque queremos.
Porque nos lo merecemos.
Viajar juntas no es solo cambiar de lugar.
Es mirarse diferente.
Es descubrirse en otros paisajes, en otros silencios.
Es ver a la mujer detrás de la madre.
Es dejar que ella vea a la mujer que somos ahora.
Viajar juntas también es descubrir cómo son las mamás en otras partes del mundo.
Es sentarse a mirar cómo cuidan, cómo enseñan, cómo abrazan.
Es conectar con otras madres, otras maternidades, otras formas de maternar.
Es entender que hay mil maneras de amar, de proteger, de acompañar.
Viajar juntas ensancha el mapa de las posibilidades.
Nos recuerda que la maternidad también es diversidad, cambio, encuentro.

Feliz día de quienes alguna vez fueron casa, refugio, abrazo.
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